viernes, 11 de diciembre de 2015

Grandma.

Hubo un duelo a muerte en el que yo dije 'Hoy no'
y la vida me retó a un 'Tú ganas, por ahora'.

Un día en el que aprendí a tener miedo,
miedo del de verdad,
de apretar los puños, los dientes, las costillas contra el esternón:
de repetir que no sea hoy, (que no sea hoy, que no sea hoy)
como oración, como ruego, como canción de cuna que espera no dejar a nadie dormir,
cruzando los dedos, creyendo en las velas.

Hubieron lágrimas en silencio, gritos, ruido y un montón de sordos.
De verdad, tuve miedo.

A las despedidas y a no poder despedirme.

Mucho más que a los monstruos de debajo de la cama,
más que a llegar tarde a la última convocatoria de mi último examen,
más que si hubiera sido mi vida la que estaba dejando de latir, muchísimo más.

Miedo del que no te deja respirar pero te obliga a respirar muy rápido,
miedo paralizante y miedo adrenalina,
del que te deja sin nada que hacer
pero te obliga a pensar en todo, en más, en lo peor, rápido, rápido, aún más rápido,
del que no te deja parar de pensar ni pensar en nada.

No
sabéis
qué
putada.

Hubo un día que olía a último día,
te juro que creía que lo sería y a la vez era imposible creerlo.

Hubo un duelo a muerte,
a vientre abierto,
dos reanimaciones
ella dijo: hoy no.

Y ni la muerte supo llevarle la contraria.

Me debía una sonrisa
o quería cobrarse el último te quiero,
ella pactó un poco más de tiempo
y yo permanecer:

Nunca más
una
noche
sin ti.

Y las pasamos juntas.

Pero nada es para siempre,
ni siquiera lo que luchas con uñas y dientes por conservar
ni siquiera el clavo ardiendo que acabó por despellejarme las manos,
ni siquiera teniendo la certeza de que lo haría todo otra vez e incluso más fuerte,
incluso a sabiendas de que no se puede.

Hubo noventa y tres días de victoria,
tres meses de preámbulo,
de esos más o menos felices,
de vivir dando gracias y en una nube:

pero perdimos la guerra.

Y guardo no sé cuantas de tus flores,
las velas con las que celebraste cada batalla,
el olor a ti en una cajita porque me da miedo que se me escape.

Y tengo algunas de tus manías,
tus fotos sin apenas sonreír,
veintiún años de gracias entre tus ochenta y nueve,
algunas de tus recetas en la retina,
el reflejo autómata de verte en la cocina,

la punzada en el pecho al saber que no,
que no vas a darme la mano cuando tenga miedo,

que nunca volveré a sentirme segura sin tus abrazos.

(Réquiem for a dream, julio-octubre-diciembre)

martes, 1 de diciembre de 2015

Ojalá algún día.

Quiero que toda mi ropa deje de oler a ti,
perder la maldita manía de buscar tus ojos en otro,
olvidar que he vuelto a creer por ti y también era mentira.

Que deje de ser noviembre
que no sea septiembre nunca más,
ni abril, ni once de junio.

Quiero que se calle Andrés,
que no me guste Vetusta,
que ninguna canción vuelva a hablarme de ti.

Ojalá pudiera olvidar que te he conocido,
que hemos sido,
ojalá sintieras la patada en el culo que te mereces:

ojalá te doliera algo,
ojalá fueras alguien,
ojalá no me dieras tanto asco.

Ojalá no me odiara por haberte querido.
Ojalá esto fuera rencor
y no sintiera ganas de vomitar cada vez que te recuerdo en mi cama.

Ojalá no fuera más escéptica que nunca,
ojalá no me hubieras hecho reforzar las murallas,
ojalá no le fuera a costar tanto al bueno por culpa tuya.

Ojalá no quisiera gritarte
y a la vez no volver a verte.

Quiero que te vayas pidiendo perdón,
que reces al Dios en el que no crees
y hasta al karma para que no te la devuelva.

Que tengas miedo a que te pase,
a que sean contigo la mierda que llevas dentro.

Ojalá tengas miedo a creer
y te claven todos los cuchillos que me estoy sacando,

ojalá vivas pensando que será mentira
como yo después de ti.

Quiero que te vayas
y te dé vergüenza pensar en volver.

Que sientas cómo te pasa tu propio veneno
por cada puta arteria
y te ahogue.

Quiero que te mates tú.
Y que aún estés a tiempo de rectificar.

Ojalá algún día te mires por dentro
y deje de estar vacío.