domingo, 29 de noviembre de 2015

Cuando hablo de ti conmigo.

Me consuela pensar que en algún lugar del mundo es verano mientras yo cierro las persianas para que siempre sea de noche cuando me siento a oscuras.

Evito repetir en voz alta que soy capaz de ver diez o doce capítulos de Mentes Criminales seguidos. Que de algunos incluso me sé los diálogos. Supongo que más de un psicólogo que no me caería demasiado bien decretaría alguna psicopatía al instante.
Quizá tuviera razón.

Hay días que me doy al drama.
¿Si estoy demasiado triste como para que la palabra triste sea suficiente cómo se llama?
Creo que los parámetros subjetivos como 'triste', 'contenta', 'melancólica' o 'feliz' son absurdamente necesarios e insuficientes.

Yo he sido tan feliz como para que 'feliz' me pareciera una palabra infinitesimal.
Y hoy me siento tan jodida como para que 'triste' me parezca un estado placentero de difícil acceso.

¿Si no existe ninguna medida para el amor, si hay que 'amar sin medida', cómo cuantificas la hostia del fin de trayecto?
Todo el romanticismo poético al que me ha sometido mi carnet de la biblioteca me está obligando a aferrarme a las ruinas de lo que he sido, a los golpes que me han dado.

Descargo mi rabia conmigo y soy más optimista si no se lo cuento a nadie.
Quiero decir, ¿aspirar sólo a la paz es rendirse?
¿Has perdido si no quieres seguir en guerra?

Imagínate que salimos de esta crisálida masoquista y es verano aquí.
Para siempre.

Imagínate que tenemos que elegir el mejor entre nuestros momentos y, para mí, es cuando te vi marchar.
Y decidí quedarme quieta.

¿Se puede estar triste por querer ser feliz (sin ti)?
La culpabilidad es un arma de doble filo:
no estás vivo si no la sientes,
no puedes vivir si lo haces.

Quizá no esté tan triste si abro esta botella de vino.

Y luego otra.

Quizá ya sea verano aquí 
y sólo tengo que abrir las ventanas.

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