jueves, 28 de mayo de 2015

Cinematográficamente imperfectos.

Existe un punto exacto, metido en medio de la nada más absoluta, en el que los besos dejan de ser un juego, así sin más y empiezan a convertirse en besos. Pero de verdad. Hay un momento en el que besar empieza a ser morder el alma, subirse el vestido con los pantalones abrochados, sonreírle a la nada antes, después y durante el beso.

Como en El día de la boda, cuando Nick le dice a Kat que prefiere discutir con ella antes que hacer el amor con otra. Como cuando Harry encuentra a Sally por enésima vez y para siempre. Como cuando Julien y Sophie entienden que nadie más es capaz de hacer lo que les hace el otro. Como tú y yo después de la última mentira.

Siempre es un beso que lo cambia todo aunque sea absolutamente igual a los anteriores.
El beso promesa,
el beso latido.

Yo recuerdo no creer en esas cursiladas, renegar estrepitosamente de los gestos, del Big Bang, mi lógica matemática, exacta, científica y absurda me decía que las grandes cosas debían construirse poco a poco, desde abajo, sentando las bases y a fuerza de arquitectura.

Pero llegaste tú.

Llegaste tú, gato de azoteas, de balcones, de buhardillas, de ventanas con vistas al infinito y dejaron de importarme las puertas, las calles, las entradas, las salidas, los sótanos, las leyes de la física y toda termodinámica que no implique arder contigo.

Tú con tu beso promesa,
tu beso latido.

Aquella vez a las tantas o más, después de cinco cervezas o más, veintisiete besos o más, aquella vez que tampoco pasó nada pero pasó todo, sólo silencio, sólo tus manos en mi cara, sólo esa mirada como de estar viendo un milagro, sólo tu boca en mis comisuras:

el beso promesa,
el beso latido.

Y fue el punto exacto, la inflexión entre el infierno que nos estábamos haciendo y el cielo al que nos mudamos, puse el corazón sobre la mesa, las balas en tu bolsillo, la pistola en tus manos y la certeza de que no ibas a usarla se convirtió en sonrisa perenne. Desaparecieron los miedos, las dudas, las ganas de salir corriendo, no hubo nada -nadie- más, ni quise nada -ni nadie- más.

Tú no eres Nick, ni Harry, ni Julien,
eres el mejor desastre que me ha besado en la vida
yo no soy Kat, ni Sally, ni Sophie,
y antes de ti, ni siquiera sabía latir.

sábado, 23 de mayo de 2015

Valar Morghulis

Estoy cansada de decir que te has ido,
de no creerme que te has ido
de escribir que te has ido y leerlo en voz alta,

cansada de que me miren con curiosidad
de que me feliciten,
de que me digan que duelo bonito
cuando nunca he tenido la más mínima intención de doler

estoy harta de gritar que estoy jodida
y de que lo llamen poesía,
de decir que no vuelvo a escribirte
y de escribirte que no vuelvas

estoy cansada de quererte,
de dejarte de querer
de no quererte,
de volverte a querer,
no aguanto más el ciclo
ni el ridículo círculo de lectura que he implantado en torno a ti.

No te lo mereces.
Ni yo merezco este vaivén emocional
latidos - taquicardia - parada - reanimación
a la mierda el corazón y sus secuaces.

Estoy cansada de no saber qué querer
pero quererlo contigo a todas luces
e incluso habiéndolas apagado,

del Bic, del portátil, de las servilletas, de los posavasos,
de estar harta de escribir y seguir escribiendo,
de no poder escribir y querer estar escribiendo,

de las copas de más, los rotos, los descosidos,
de acercarme al filo de la navaja y pasar el dedo a ver si corta,
de que corte.

Estoy cansada de pasarme la vida de boca en boca,
de bar en bar, de cama en cama,
de coma y coma y sin saber dónde poner los puntos,

estoy harta de ti, de mí,
de nosotros y de mi maldita fijación con tus ojos negros.

Me muerde agosto y me duele diciembre.

No voy a decir 'se acabó',
no pienso repetir que te has ido,
sólo espero que esta vez
nadie , absolutamente nadie,
se atreva a decirme que es bonito.