lunes, 19 de noviembre de 2018

Abyssus abyssum invocat.

He vuelto a tirarme de cabeza a la piscina después de haber comprobado que estaba vacía sólo porque necesitaba el golpe, he vuelto a pisar cristales sólo para verme sangrar.

A veces creo que lo hago a (in)consciencia, que no sé vivir entera, ni quiero estarlo, que llevo tanto tiempo en ruinas que no me reconozco cuando las cosas van bien, que necesito el cuchillo, que me he acostumbrado a llevar las heridas abiertas y ya me gustan tanto que si las veo cerrar juego con los bordes hasta que ceden, a veces creo que necesito las balas para sentirme viva.

Si no duele no es real,
si no duele no pasó,
si no duele tampoco es para tanto.

A veces creo que sólo me reconozco tóxica, autodestructiva, que sólo soy yo si me recreo en la espiral de mis mierdas y la hago bucle y me quedo aquí. Sólo si vuelvo a tener mis manías desesperantes, si vuelve a asfixiarme la presión en el pecho, si vuelvo a estar jodida. 

Sólo sé vivir jodida.

A veces creo que me gustan las personas rotas porque tienen filo, que me acerco demasiado porque quiero que corten, que me gusta llevarme los golpes, que me he enganchado a hacerlas sanar, a verlas irse. Me he enganchado a verlas irse porque nadie se queda a vivir donde juntó los pedazos, nadie es feliz donde cosió las heridas, nadie baila la canción con la que volvió de la guerra.

Y eso soy yo. 

La canción del funeral de los destrozos, un arcoiris macabro que avisa de que acabó la tormenta pero no se queda, la que huye del sol porque le parece demasiada luz y siempre está a medio camino,

la que huye.

A veces creo que sólo sé seguir corriendo, que me da miedo lo estático, que me siento insegura en la calma, que me duele el silencio. 

A veces no tengo ni puta idea de a dónde voy
                                            pero ni paro, ni me quedo.

viernes, 20 de julio de 2018

Diecisiete (II)

Llevo tres días obsesionada con tu grupo favorito y siendo absolutamente incapaz de recordar cuál era.

Siento que esta vez te estoy fallando yo
porque, entre todas las mentiras que nos dijimos,
que iba a olvidarte nunca quiso ser verdad.

Y ahora tengo a gritos Sex on fire, en bucle,
y me parece que te estarás riendo.

Así de medio lado y desde arriba,
metro noventa y ocho de miedos.

No eras tú, ni vas a serlo, ni el primero, ni el último,
ni el bueno, ni el malo, ni el siguiente, ni el puente.

Pero eras tú.

Las gracias y las desgracias,
por la seguridad, por las locuras, por dejar atrás la vergüenza,
por quererte con todas las preposiciones, pero sobre todo contra,
aunque también bajo
y sobre todo desde,
sin,
sobre,
tras.

Y por no decirlo nunca.

Qué fácil era la vida contigo
y en qué momento la pusimos del revés.

Hace tiempo que sé que
cada vez que alguien me pregunte
por los (des)amores de mi vida,
estarás.

Aunque ya nunca más estés.

Tú fuiste el principio de encontrarme,
y eso que me pillaste en la mitad de una tormenta.
Yo nunca quise mezclarte
y acabó siendo peor.

'Cuando esté seguro de lo que siento por ti, voy a salir corriendo, voy a mandarte a la mierda'
es la cosa más vil que me ha dicho nadie mirándome a los ojos.
Seguramente porque era verdad.

Y porque estuve convencida de que era mentira,
hasta que me dio de cara.

No sé por qué llevas demasiados días aquí,
en todos lados,
en ninguna parte.

Supongo que me estás avisando:
nunca más demasiado altos, nunca más demasiado listos.

Pero no será esta la primera vez que te haga caso,
quizá sea la segunda que te rompo una promesa.

Ojalá olvide tu cumpleaños y no sonría más con cada tontería que acabe en diecisiete.
Ojalá la próxima vez que esté en Madrid nadie tenga tu acento.

Ojalá nunca,
pero si alguna vez vuelves aquí,
quería que supieras que 'te quiero',
-en presente-
pero que no te lo pude decir hasta que fue mentira
-ahora:

                  Te quise.

miércoles, 11 de julio de 2018

23:47

Yo que he cerrado el círculo desde todos los puntos, que me he enrollado en la espiral, que he empezado la historia por el final, por el principio, por la mitad de ninguna parte, que he cruzado el río para volver a la orilla de siempre. Yo que he nadado mar en contra, viento en contra, corriente a favor, piscina en calma y siempre he preferido aprender de los golpes.

Yo que miré al cielo aquella vez que me caí en el barro y tuve vértigo, yo que he ido en teleférico, que me puse la tirolina en el punto más alto del mapa y mire abajo y no sentí ni cosquillas.

Yo que he bailado con la luz y las sombras de los hombres que nunca amaron a las mujeres y le he pisado los pies a los que siempre quisieron hacerlo pero no sabían por dónde empezar, yo que he llamado idiota y amor a la misma persona y las dos veces he tenido razón, yo que he vivido a los gritos y siempre me han dolido más los silencios, yo que arrastro la carga de haberte enseñado a hacer todos los nudos que me ataste al cuello y nunca me ha pesado, yo que supe como desatarme y deshacerte y deshacerlos y bailar sola muy mal pero feliz, yo que a veces he sido más de vodka, más de ron, más de cerveza, más de tequila y sólo me ha salvado la vida el café, yo que he dejado que pidieran por mí y he tragado sin masticar para no vomitar, yo que he acabado teniendo arcadas, yo que he dicho hasta aquí y me he plantado, yo que a veces necesito volver a intentarlo, yo que he visto la cara más fea de la gente más fea y aún así creo que es la excepción, yo que tengo un mapa arrugado y pintarrajeado y redoblado de todas las cosas que he visto y le sonrío mientras ordeno la nevera bajo el imperativo de todos mis tocs, yo que me incomodo con la asimetría y me he enamorado de cicatrices que poco tienen que ver con lo físico.

Yo que no tengo segundo nombre ni lo he querido nunca pero a veces creo que el mío rima bien con Incoherencia, yo que he sido aleatoria y estrictamente organizada, yo que soy la persona más lógica del planeta y a veces ni loca lo estaría más.

Yo que nunca he sabido hablar de mí, ni callarme, ni me lo he pensado nunca dos veces antes de salir corriendo, ahora yo qué.

martes, 7 de marzo de 2017

Apoptosis.

Siempre he creído que moriré de pena.
Pero no en sentido figurado, de verdad. Acabaré consumiéndome cualquiera de esos días que olvido comer, uno tras otro, se me pegará la piel a los huesos y nada llenará el vacío que hubo una vez entre ellos. Mi cuerpo va a comerse toda la carne que habita para sobrevivir hasta el último aliento cetónico y cuando ya no sea capaz de emanar sustancia salina, lloraré sangre, moriré llorando igual que me he pasado toda la vida haciéndolo.

Siempre he creído que moriré pequeña, infinitesimal, despreciable.
Me haré invisible a los ojos de la gente alrededor, a los del espejo, a los míos propios, que ya no serán grandes de la misma manera que ya no parecen tan grandes como una vez fueron, que ya no brillan sin los resquicios del llanto, enrojecidos. Mis entrañas van a retorcerse, a plegarse sobre sí mismas, a contraerse, a no ocupar espacio, a enredarse asfixiándome, a no dejarme respirar, a morirse matándome.

No sé por qué estoy triste, aunque me sobren las razones para no estarlo en la misma medida que me sobran las razones para serlo. Odio que me pregunten qué me pasa cuando no me pasa nada pero estoy sintiendo que todo se abalanza sobre mí con una fuerza abrumadora.

Es probable que muera joven porque no me imagino envejecer. Y aún así creo que cada día me acerco un poco más a una vida que no viviré, cada día construyo un futuro del que no me siento dueña y acaricio un vientre que no creo que jamás llegue a dar vida aún cuando me paraliza la idea de que nadie vaya a llamarme mamá. 

Me golpean un montón de ideas aterradoras y lloro, aún cuando no sé por cuál de ellas estoy llorando, aún cuando no sé por qué. Y a la vez me siento lejana, como si yo no fuera yo pero me estuviera viendo desde fuera, como si mi propio índice me señalara y me juzgara cruelmente como sólo yo podría juzgarme.

Creo que no soy del todo real porque nunca me he sentido aquí ni en ninguna parte.
No pertenezco a nada, ni me identifico con nada, ni creo que nadie me esté entendiendo cuando dicen que lo hacen; no creo a nadie que me diga que ha pasado por lo mismo, porque nadie ha vivido en mis huesos.

Nadie ha vivido en mis huesos.
Parece obvio y el simple hecho de decirlo en voz alta me suena cruel. Mis huesos, que siempre me han dicho que son demasiado frágiles pero nunca se han roto, que podrían haberse quebrado en mil pedazos entre tanto golpe y no me hubiera dolido más que todas las veces que he sentido que se rompían y se me clavaban, que me atravesaban como pequeños puñales, aunque en realidad no lo hicieran, no mis huesos.

Quizá yo tampoco haya vivido en mis huesos, porque me han dolido más otros cuerpos.
Porque todas las veces que sentí que me moría, sobreviví.
Porque todas las veces que quise dejar de sentir, incluso que me moría, sobreviví.

Siempre he creído que moriré joven y de pena, porque ya he sobrevivido demasiadas veces.
Porque ya no sé por qué sobrevivir cuando el dolor me atraviesa, 
porque a veces ni siquiera puedo ver de dónde viene la lanza.

Siempre he creído que moriré porque todos morimos, 
sólo que yo lo he visto más cerca, 
más veces.

sábado, 5 de noviembre de 2016

A veces llueve y luego nada.

Que te quiera otra como yo ya no voy a partirme los dientes por ti,
que se clave las uñas en las palmas de las manos cuando te encuentre en otra mentira,
que se vaya ella con el corazón entre los tobillos, pisándoselo a ratos,
que busque otra razones para haberte querido y cuando no las consiga se las invente 
como hice yo muchas veces,
que vuele lejos pero siempre piense que quizá si se hubiera quedado un poco más,
que quizá si hubiera hecho no sé qué,
que quizá si te hubiera dicho más o más alto o más veces o mucho antes,
tú hubieras..
pero tú nunca.

Que descubra que tú nunca y se salve.

Porque tú no sabes, ni quieres,
porque tú nunca has tenido la intención ni remedio,
porque nunca hubo una ella a la que supieras poner por delante del 'yo'
porque no podrás
y
esa
será
tu maldita
penitencia.

Que te quiera otra como hace tiempo que yo ya no te quiero,
que te quieran otras y les destroces la vida un tiempo
a sabiendas de que tú nunca podrás
porque no sabes
ni aprendes.

Que te quiera otra aunque tú no vayas a quererla,
que te quieran, que ojalá me equivoque,
que aprendas.
-sin rencor, bastante tienes-

jueves, 30 de junio de 2016

(R)azones.

No sé a qué alineación de astros agradecerle la de nuestras vidas.

Porque yo sólo estaba mirándote
pero sonreíste.

Porque tienes ese montón de cosas que nunca busqué
pero ahora no sé cómo vivir sin ellas.

Porque yo siempre he sido caóticamente imposible, escéptica, incrédula
y llegaste tú a reírte de mi discurso,
a pintar de verdad todas las mentiras de las que inculpé al amor,
a hacer paredes de mis muros, a quedarte a vivir.

Porque tienes tendencia casi imperceptible a la taquicardia
y a mí me suena a música aunque nunca haya sabido bailar,
a creer en la causa y brindar por el efecto,
a paso rápido pero seguro, a que vuele el tiempo en tus manos.

Porque la vida es eso, incoherencia:
que hagas más caos de mi caos pero lo ordenes simétricamente,
encajar en todas nuestras diferencias, rozar la explosión
y querernos un poco más en el segundo exacto.

-evitarla-

Salvarnos una y otra (y otra, y otra) vez
del choque frontal,
solucionar los días grises apretándote la mano un poco más,
riendo por la calle, turnándonos un ramo de girasoles,
estar loca y locamente (de ti).

Porque ya estoy divagando otra vez,
porque me pueden los nervios como el primer día,
porque las mariposas son sólo insectos,
pero qué bonito haber estado perdidos
sólo para encontrarnos.

Porque, te repito,
que no sé a qué alineación de astros agradecerle la nuestra,
pero ojalá nunca dejen de brillar.

('parece mentira, pero a veces incluso es real')

martes, 15 de marzo de 2016

365x8/3.

Somos las que no dejaron títere con cabeza y ahorcaron con los hilos al titiritero,
las que aprendieron y enseñan a decir 'no', y 'sí', y 'cuando yo quiera' y 'porque no me da la gana',
las que levantaron la cabeza y cogieron al toro por los cuernos,
las que se pusieron todo el peso sobre los hombros por voluntad propia pero se descargaron las imposiciones,
las que bailan como si lo fueran a prohibir y aunque lo prohíban y más si se lo intentas prohibir,
las que beben 
y fuman 
y dicen 'follar' 
y follan
y las que no lo hacen porque no les apetece 
pero se parten los nudillos si les rozas el derecho a decidir,
somos a las que llamaron locas por romper las cuerdas, 
las que se hicieron un lazo con ellas para ceñirse el vestido, las que se pusieron pantalón,
somos las que dieron la cara por las que aguantaban las tortas,
las que no le rieron la gracia al payaso que decía 'en la cocina deberías estar', 
somos las que tiraron las puertas 
y fueron a donde les dio la gana 
y llegaron cuando les dio la gana 
y se quedaron donde les dio la gana 
y no volvieron si no les dio la gana.

Somos las que saben lo que son, 
lo que tienen, 
lo que quieren,
lo que merecen 
y no dejan que nadie lo pise.

miércoles, 20 de enero de 2016

Nunca seré tu chica diez.

No quiero llegar a los treinta, levantarme un día a las seis
y darme cuenta de que jamás he corrido en pijama por la calle a comprar una botella de whisky.

No quiero tener el recogido perfecto,
las medias sin romper y el tacón políticamente correcto.
No quiero ser de esa gente que recuerda sus sueños y se pasa la vida suspirando un 'demasiado tarde'.

No quiero dejar de reírme de mis absurdos,
no quiero querer en bajito, quiero gritártelo todos los días en el balcón,
que nos llamen locos los vecinos,
decirte una noche en Tailandia:
-Cariño, quiero tener cuatro hijos contigo.

Y que quieras coger el próximo vuelo a casa, que para mañana te parezca tarde,
que tengamos los niños más felices del parque,
y a todos les regalemos El Principito.

Que sepas que nunca olvidaré un aniversario,
pero es posible que no recuerde sacar la cena del congelador a tiempo.

No estaré de buen humor los miércoles
y el domingo será el día oficial de las cosquillas que yo no tengo.

Nunca seré tu chica diez,
porque mira qué ojeras, qué resacas,
pero estaré contigo en los fracasos,
te prometeré que a la próxima irá la vencida hasta que se cumpla.

Quiero que tengamos un globo terráqueo en la mesilla de la noche
para elegir a ciegas nuestro próximo viaje,
que no te enfades si me dejo dormir en la mejor parte de tu película favorita.

Claro que soy un desastre,
que tengo los labios muy finos y siempre acabo pintándome los dientes,
que digo palabrotas a la nada cuando algo me sale mal,
que no me gusta peinarme.

Nunca seré tu chica diez,
-ni siquiera me parece un número bonito-
pero quiero que bailemos
porque soy arrítmica hasta lo cardíaco
y contigo suena bien.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Grandma.

Hubo un duelo a muerte en el que yo dije 'Hoy no'
y la vida me retó a un 'Tú ganas, por ahora'.

Un día en el que aprendí a tener miedo,
miedo del de verdad,
de apretar los puños, los dientes, las costillas contra el esternón:
de repetir que no sea hoy, (que no sea hoy, que no sea hoy)
como oración, como ruego, como canción de cuna que espera no dejar a nadie dormir,
cruzando los dedos, creyendo en las velas.

Hubieron lágrimas en silencio, gritos, ruido y un montón de sordos.
De verdad, tuve miedo.

A las despedidas y a no poder despedirme.

Mucho más que a los monstruos de debajo de la cama,
más que a llegar tarde a la última convocatoria de mi último examen,
más que si hubiera sido mi vida la que estaba dejando de latir, muchísimo más.

Miedo del que no te deja respirar pero te obliga a respirar muy rápido,
miedo paralizante y miedo adrenalina,
del que te deja sin nada que hacer
pero te obliga a pensar en todo, en más, en lo peor, rápido, rápido, aún más rápido,
del que no te deja parar de pensar ni pensar en nada.

No
sabéis
qué
putada.

Hubo un día que olía a último día,
te juro que creía que lo sería y a la vez era imposible creerlo.

Hubo un duelo a muerte,
a vientre abierto,
dos reanimaciones
ella dijo: hoy no.

Y ni la muerte supo llevarle la contraria.

Me debía una sonrisa
o quería cobrarse el último te quiero,
ella pactó un poco más de tiempo
y yo permanecer:

Nunca más
una
noche
sin ti.

Y las pasamos juntas.

Pero nada es para siempre,
ni siquiera lo que luchas con uñas y dientes por conservar
ni siquiera el clavo ardiendo que acabó por despellejarme las manos,
ni siquiera teniendo la certeza de que lo haría todo otra vez e incluso más fuerte,
incluso a sabiendas de que no se puede.

Hubo noventa y tres días de victoria,
tres meses de preámbulo,
de esos más o menos felices,
de vivir dando gracias y en una nube:

pero perdimos la guerra.

Y guardo no sé cuantas de tus flores,
las velas con las que celebraste cada batalla,
el olor a ti en una cajita porque me da miedo que se me escape.

Y tengo algunas de tus manías,
tus fotos sin apenas sonreír,
veintiún años de gracias entre tus ochenta y nueve,
algunas de tus recetas en la retina,
el reflejo autómata de verte en la cocina,

la punzada en el pecho al saber que no,
que no vas a darme la mano cuando tenga miedo,

que nunca volveré a sentirme segura sin tus abrazos.

(Réquiem for a dream, julio-octubre-diciembre)

martes, 1 de diciembre de 2015

Ojalá algún día.

Quiero que toda mi ropa deje de oler a ti,
perder la maldita manía de buscar tus ojos en otro,
olvidar que he vuelto a creer por ti y también era mentira.

Que deje de ser noviembre
que no sea septiembre nunca más,
ni abril, ni once de junio.

Quiero que se calle Andrés,
que no me guste Vetusta,
que ninguna canción vuelva a hablarme de ti.

Ojalá pudiera olvidar que te he conocido,
que hemos sido,
ojalá sintieras la patada en el culo que te mereces:

ojalá te doliera algo,
ojalá fueras alguien,
ojalá no me dieras tanto asco.

Ojalá no me odiara por haberte querido.
Ojalá esto fuera rencor
y no sintiera ganas de vomitar cada vez que te recuerdo en mi cama.

Ojalá no fuera más escéptica que nunca,
ojalá no me hubieras hecho reforzar las murallas,
ojalá no le fuera a costar tanto al bueno por culpa tuya.

Ojalá no quisiera gritarte
y a la vez no volver a verte.

Quiero que te vayas pidiendo perdón,
que reces al Dios en el que no crees
y hasta al karma para que no te la devuelva.

Que tengas miedo a que te pase,
a que sean contigo la mierda que llevas dentro.

Ojalá tengas miedo a creer
y te claven todos los cuchillos que me estoy sacando,

ojalá vivas pensando que será mentira
como yo después de ti.

Quiero que te vayas
y te dé vergüenza pensar en volver.

Que sientas cómo te pasa tu propio veneno
por cada puta arteria
y te ahogue.

Quiero que te mates tú.
Y que aún estés a tiempo de rectificar.

Ojalá algún día te mires por dentro
y deje de estar vacío.

domingo, 29 de noviembre de 2015

Cuando hablo de ti conmigo.

Me consuela pensar que en algún lugar del mundo es verano mientras yo cierro las persianas para que siempre sea de noche cuando me siento a oscuras.

Evito repetir en voz alta que soy capaz de ver diez o doce capítulos de Mentes Criminales seguidos. Que de algunos incluso me sé los diálogos. Supongo que más de un psicólogo que no me caería demasiado bien decretaría alguna psicopatía al instante.
Quizá tuviera razón.

Hay días que me doy al drama.
¿Si estoy demasiado triste como para que la palabra triste sea suficiente cómo se llama?
Creo que los parámetros subjetivos como 'triste', 'contenta', 'melancólica' o 'feliz' son absurdamente necesarios e insuficientes.

Yo he sido tan feliz como para que 'feliz' me pareciera una palabra infinitesimal.
Y hoy me siento tan jodida como para que 'triste' me parezca un estado placentero de difícil acceso.

¿Si no existe ninguna medida para el amor, si hay que 'amar sin medida', cómo cuantificas la hostia del fin de trayecto?
Todo el romanticismo poético al que me ha sometido mi carnet de la biblioteca me está obligando a aferrarme a las ruinas de lo que he sido, a los golpes que me han dado.

Descargo mi rabia conmigo y soy más optimista si no se lo cuento a nadie.
Quiero decir, ¿aspirar sólo a la paz es rendirse?
¿Has perdido si no quieres seguir en guerra?

Imagínate que salimos de esta crisálida masoquista y es verano aquí.
Para siempre.

Imagínate que tenemos que elegir el mejor entre nuestros momentos y, para mí, es cuando te vi marchar.
Y decidí quedarme quieta.

¿Se puede estar triste por querer ser feliz (sin ti)?
La culpabilidad es un arma de doble filo:
no estás vivo si no la sientes,
no puedes vivir si lo haces.

Quizá no esté tan triste si abro esta botella de vino.

Y luego otra.

Quizá ya sea verano aquí 
y sólo tengo que abrir las ventanas.

viernes, 13 de noviembre de 2015

El día que dejamos de querernos.

Sólo tengo dos manos y tengo que taparme a la vez dos ojos y dos oídos.
He dejado de ver con el derecho y de oír con el izquierdo pero no es suficiente.
Necesito apagar la televisión, la radio, el ordenador y quemar el periódico para seguir creyendo en la humanidad, necesito creernos incapaces de hacerlo tan mal, necesito pensar que no hemos sido nosotros o que alguien me preste sus manos, que alguien me aguante el pelo mientras vomito todo el asco que me estamos dando.

Aprendimos a convertirlo todo, desarrollamos tecnologías increíbles, nos empeñamos en conocer cada átomo que nos dio el Universo, sus leyes, en comprender el funcionamiento, en controlarlo, lo logramos y ¿qué hicimos? Armas. Bombas. Mierda.

Lo tenemos todo para salvarnos y-nos-es-ta-mos-ma-tan-do.

Necesito apagar la televisión, la radio, el ordenador y quemar el periódico para seguir creyendo en la humanidad.
Pero no puedo.

No puedo darle con la puerta en la narices a los que no tienen la culpa, no puedo ser de los que no dicen nada, creo que no decir nada es igual que decir sí y yo estoy gritando NO.

No somos el mundo en el que creo. No somos las personas que me representan, no somos personas.

Preferiría no saber que tenemos la capacidad de dirigir un misil o de dejarlo oxidar en un garaje y elegimos orientarlo a las coordenadas mortales exactas. Preferiría no saber que los seguimos construyendo. Pero lo sé. Preferiría que fuera mentira. Y estoy gritando NO.

No está muriendo gente, nos-es-ta-mos-ma-tan-do.

Necesito cerrar los ojos y taparme los oídos, necesito creer que somos una puta pesadilla, necesito que nadie acepte esta mierda que rechazo y todos gritemos NO. Que nadie se atreva a susurrar sí. Que no sea verdad que hemos dejado de querernos.

Necesito que gritemos NO tan fuerte que despertemos el cerebro de los que no lo están utilizando. Que les lata algo en el pecho y también griten no.

Necesito que este sea el día que volvimos a querernos y arreglemos todos los corazones, huesos y familias que hemos roto desde el día que dejamos de querernos.



jueves, 12 de noviembre de 2015

Entropía

Estoy aprendiendo a ver mi película favorita sin desear que vuelvas en cada fotograma.
Mi psiquiatra dice que todo el mundo sobrevive a una ruptura.
La próxima vez que me manche la camisa con helado me reiré muy alto y diré que soy feliz.
He vuelto a soñar contigo siendo nosotros y al despertarme casi había olvidado que eres idiota.
La ausencia de pesadillas significa que te estoy olvidando. Lo escribo para no olvidarlo.

Según mi planning emocional no me tocará echarte de menos hasta la próxima luna creciente.
Y pienso cortarme el pelo para enfadarte aunque no te enteres.

Creo que estoy conociendo a alguien. Pero en realidad aún no me conozco a mí misma.
Quizá la solución al vacío sea dejar de intentar llenarlo.
Andrés no me ayuda y te juro que no vuelvo a ir a un concierto de Funambulista.
Te estoy escribiendo cosas inconexas para que quede claro que quiero romper nuestros lazos.
Soga al cuello incluida.

He guardado tus cosas en una cajita con el nombre de otro porque yo también puedo serte infiel.
Te he dejado hacerme cosquillas mientras pensaba en qué cintura habrías tenido las manos antes.

Creo firmemente en que todos tus motivos para creer eran chantajes emocionales al más sucio estilo kamikaze.
Como si elegir no morir por ti hubiera sido una blasfemia:
-Si no sangras no me has querido, decías.

Esta vez no pienso pensar en si sigues leyendo lo que escribo para que no leas, porque esta vez de verdad lo escribo para que no leas.
Maquiavélico ha empezado a parecerme una canción cruel y ya no veo nada romántico en odiar nuestros sitios especiales.
Me parece que estoy más guapa sin ti y ya no necesito que nadie me lo diga.

Sonrío más conmigo.
Esto sólo es la excepción que confirma que he abandonado mi manía de hacer listas para todo.
Esto es todo.

lunes, 17 de agosto de 2015

Querido vigésimo año de la vida que aún me queda,

has durado lo mismo que la petaca de ron que celebró a chupitos que hubieras llegado, apenas nada. Parece que fue ayer, que aún me raspa la garganta de beber caliente y oigo las risas que brindaban por ti. Que ha sido un placer recibirte, conocerte, besarte, tenerte, quererte, odiarte, reconciliarnos, volver a odiarte, volver a quererte, hacer casi eterno el ciclo y ahora despedirme.
No sé si me creo del todo que ya te vayas.
Que llegaste con la reconciliación de mi vida y me pareció que era imposible que no fueses mucho mejor que todos los anteriores, que al final has acabado no siéndolo y en bronca, pero que aún así tengo muchas cosas que agradecerte.

Ya sabes, todos los que han llegado para quedarse, los que han pasado sin pena ni gloria, el beso aquel a todo llorar, el primero en el portal y aquel otro que casi me cuesta la vida en la autopista, la declaración de amor y guerra tiritando a las 22:04 de un día de marzo. Las ciento veintisiete películas durante las que me he dejado dormir (una de ellas en el cine). Las cuarenta y dos noches que me han tapado por dejarme dormir en el sofá. Todos los días que han esperado a que me maquillara cuando se suponía -y debería haber sido así- que ya estaba preparada (los 'pero que es tarde'). Todos los vídeos de niños de internet y en los que me mencionan mis amigas por las ganas de reírnos de nosotras más que de nadie. Las veces que me han cogido la mano sólo para besarla yendo de copiloto. Los 'una más y nos vamos' que son de mentira. Te debo cada vez que Inés me ha dicho lo pesadísima que soy como hermana y la sonrisa que le sigue siempre (menos mal que tengo la suerte de ser la hermana más pesada del mundo). Gracias por los abrazos tontos sin venir a cuento que arreglaron los días aún más idiotas. Por las ojeras hasta la barbilla cuando la biblioteca era casa. Por las resacas infinitas de después de noches apoteósicas, por las veces en las que salió el sol y yo aún no había vuelto a casa. Por las gracias y desgracias. Porque mira, que he sido feliz y que me has costado a veces un riñón y tres úlceras y ganas de mandarlo todo a la mierda pero también de comerme el mundo.

Gracias por H o por U, por S y por B, porque este haya sido otro año en el que no me saco el carnet ni me preocupe, porque se acabe y me queden ganas de recordarlo, porque me besó la muerte una vez y la segunda que quiso le mordí la mano y le dije que no, que más tarde, porque ganamos la batalla. Por seguir en la guerra. Por tener quien recoja los pedazos del naufragio, por las manos que frenan siempre la caída.

Gracias, porque puedo contarte aleatoriamente y sonrío hasta en lo malo, por lo que debería haber sido y no fue, por los errores, los tropiezos y por lo bueno, sobre todo por lo bueno -gracias por hacerme inmortal poniendo mi nombre en la portada de un libro-
Y muchísimas gracias, gracias de verdad, por irte de una vez.


PD: Te quiero, de verdad que te quiero.

martes, 9 de junio de 2015

Shuriken.



Ha venido a recordarme que nunca seré de otro
aunque tampoco vuelva a ser suya,
y le escucho fumando
con las piernas cruzadas y cara de póker
sentada en el bordillo de la cama.

-Entiendo- digo de vez en cuando.

Y me mantengo firme,
inescrutable, inexpresiva.

-Que tú nunca serás de nadie, que nos deberemos siempre todo -me grita.
-Te equivocas -le sonrío.

Y ahora sonríe él. Que sabe que quien se equivoca soy yo.
Que vuelo libre y absurda
porque también lo sé,
porque veo la cuerda que se me enreda en el cuello
y me ahorca cuando a él se le encoge el corazón.

Y cruzo las piernas más fuerte y aprieto los dientes.
Y miro a otro lado y le tiro el humo en la cara:
-No soy la misma.

Y él sonríe otra vez.
Y me mata ocho veces y saborea cada letra:
-Te quiero.

Y vuelan las manos,
ya no noto la presión en el pecho,
el corazón me grita que va a estallar
y la fuerza gravitacional del suyo
hace que mis piernas se enreden con su cintura.

-Menos mal que eres la misma -vuelve a atacar.

Pero ya no me duele, ahora no pienso en mañana,
sé que se irá y aún así lo olvido
y juego a callarme, a callarle,
a no decirnos nada y besarnos todo.

Cierro los ojos para evitar su mirada contándome que ha estado en otras camas,
en otras manos, en otras vidas, en otros ojos.

-Siempre vuelves -saco el cuchillo.
-No te vayas nunca -se defiende.

Y bailamos con las mentiras, y brindamos en silencio:
por las cosas que sabemos,
por las que nunca nos diremos,
por conocernos hasta las mentiras,
por querernos hasta las miserias,
por esta borrachera que nos ha vuelto a juntar,
por el sol que no nos verá despedirnos.

Porque no hay despedidas, porque así es el trato,
porque volver es un verbo boomerang y una estrella ninja.

Y me despierta la luz pero no abro los ojos, le busco en la cama.
Otra vez nada, sonrío:
-Ya sabes dónde encontrarme.
Me vuelvo a dormir.